8 de diciembre de 2013

Escrito 3 (introducción al destierro)

Siempre he pensado que las estrellas fugaces son como el amor.

Cuando ves un satélite, cuando das el primer beso aún siendo adolescente, te sientes maravillado, extasiado, como si fueses de las pocas personas que ha descubierto el verdadero sentido de la vida.

Sin embargo, cuando unos años más tarde miras al cielo en una noche negra, al raso, bajo el amparo de las estrellas, y adviertes un ente luminoso  cruzar el cielo en un instante, sabes que cualquier visión anterior solo había sido un preámbulo de tan soberbia ocasión.

Así pues, cuando besas, cuando haces el amor con esa persona, reconoces dichos momentos como una profecía escrita desde otra vida, entonces comprendes que eso es amor, y cualquier sentimiento anterior no era más que una burla de éste.

Siempre he pensado que las estrellas fugaces son como el amor.

Su semejanza no reside sobre todo en su forma de empequeñecer aquello que realmente no se le puede comparar. Su parecido permanece en la brevedad de ambos, en la dicha del momento en que lo contemplas y lo sabes certero. Pero, sobre todo, coinciden en un aspecto singular, coinciden en el recuerdo.


Y es por la añoranza, que siempre he pensado en la similitud entre estrellas fugaces y amor.


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