“Me perdía entre sus besos
esperando encontrar los tuyos. Me adentraba en sus piernas buscando huir de las
tuyas. Y cada madrugada, ella sabía que seguía siendo tuyo. Cada anochecer,
ella buscaba que lo olvidara.
Busqué en los labios de Laura, el
cuello de Teresa, las piernas de Carmen, los ojos de Laia o los dedos de
Marina. Y cuanto más buscaba, tanto más perdido me sentía.
Caminaba sin ver, sin sentir, sin
oír. Flotaba con el tiempo entre el primer beso, entre tu pelo, tu mirada,
entre el adiós del metro, y la cadencia de la espera.
Tuve hijos con Ana, me casé con
Sandra, tuve a Rebeca como amante, me fugué con Virginia y me retiré con
Samanta a la vera de este lago, cuya transparencia me recuerda cada mañana
a tu luz.
Y ya desde este hospital, este anciano
sigue perdido, buscándote.
Aún sigo esperándote Sara.”
El nonagenario terminó de
escribir, agarró la foto de una muchacha joven y se dejó ir mientras una
lágrima recorría su mejilla.