1 de noviembre de 2013

Etéreos

-¿No te gustan ciertas palabras? Por ejemplo, podría repetir a todas horas el término etéreo, onírico o cadencia.

Y fue de esta manera como se enamoraron.

Amaban la vida, los sueños, la libertad, volar.

Inventaban su propio idioma cada anochecer, lo olvidaban esa madrugada, para en las horas del rocío poder componer otro lenguaje, hecho de caricias quizás, de abrazos tal vez, o de suspiros en cierta ocasión.

Aterrizaban en la luna cuando sus miradas se encontraban, y despegaban hacia el infinito ante el roce de sus manos.

Él, hombre, ella, mujer, él, un colibrí, ella, un jilguero.

Podían observar sus almas durante horas, y a la vez avergonzarse de descubrirse desnudos ante el otro, sonrojados, despiertos, temerosos.

Cuando él tropezaba, ella abrazaba el suelo, cuando ella lloraba, él transformaba sus lágrimas en amapolas.

Hacer el amor, para ellos, era un acto casi tan necesario como respirar, no por motivos de exigencia carnal, si no, porque necesitaban saber que seguían unidos por ese lazo tan inexorable que habían creado.

Él vivía en Marte, ella en Júpiter y a pesar de ello, su rutina consistía en reunirse en una estrella, cada día una diferente.


Tenían un amor incomprensible para el resto de las personas, aunque de humanos, solamente tenían el aspecto.

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